sábado, 4 de julio de 2020

Las montañas de mi vida...

Hace un tiempo descubrí que defino a una ciudad en función a sus montañas (o falta de ellas), o, en otras palabras, que me gusta vivir en una ciudad con montaña(s). Las ciudades planas me desorientan, y no me siento en casa sin la presencia de una montaña cuya vegetación brinde cobijo a la ciudad. Es por esto que les presento a continuación un post al que he denominado "las montañas de mi vida":


Vitosha:


El Vitosha es una montaña de unos 2295 metros de altitud a cuyos pies se encuentra la hermosa ciudad de Sofía. Sofía es la capital más antigua de Europa, (habitada ininterrumpidamente desde el 7000 a. C.) y cuenta en la actualidad con aproximadamente 1.250.000 habitantes. 



El Vitosha fue la montaña en la que hice mi primera excursión y la montaña en la que aprendí a esquiar y me gané mi primer banderín en esa disciplina, pero lo más especial sobre el Vitosha para mí es que lo veía cada mañana al despertar, pues la vista de mi cuarto y balcón daba hacia esa imponente montaña. Ver sus picos nevados en invierno es un deleite para los ojos. Una sola mirada al Vitosha te cautiva y hará que no lo olvides jamás.




Sierra de Madrid:


La Sierra de Guadarrama (también conocida como la Sierra de Madrid), es una formación rocosa cuyo pico más alto está a 2428 metros. Aunque la sierra está bastante cerca de la ciudad, se necesita viajar aproximadamante una hora y cuarto para llegar hasta ella, así que no puede decirse que las montañas formen parte de la ciudad, por el contrario, Madrid es una ciudad completamente plana, desde donde se ve, a lo lejos, las hermosas montañas de la Sierra de Guadarrama. Algo que me impresionó al vivir en las afueras de esta ciudad, fue la capa de smog claramente visible al acercarse por la autopista hacia la ciudad propiamente dicha. Algo asombroso (pero no en un lado positivo). Una clara muestra de la contaminación. Es una ciudad a la que también le hace falta verde. Pocos árboles en una ciudad árida y extremadamente seca. Le hace falta un cariño natural a esa ciudad.



Sierra de Collserola (Tibidabo): 


Barcelona cuenta con la Sierra de Collserola, una cadena montañosa que rodea la acogedora ciudad de Barcelona. Para mí, Barcelona es una ciudad maravillosa para vivir. Disfruté muchísimo mis años en esa urbe que no es una megametrópolis, pero tiene todo para denominarse una gran ciudad. El recorrer la parte más elevada (los 512 metros del pico Tibidabo) de sus pies a la playa en 45 minutos a pie, es energizante y reconfortante. Aunque es una montaña bastante pequeña, el Tibidabo (y el castillo de su parque de atracciones en la cima), le dan un toque mágico a una ciudad ya de por sí encantadora. Volvería a vivir en Barcelona sin pensármelo mucho. Libros como "La Sombra del Viento" del recientemente desaparecido físicamente Carlos Ruíz Zafón,  o "La Catedral del Mar" de Ildefonso Falcones, son un gusto de leer una vez has vivido en esta ciudad. Barcelona, para quienes hemos vivido en ella, es de esos lugares que se quedan contigo siempre. 




Cerro el Morro:


Puerto la Cruz para un venezolano representa playa, arena y mar Caribe, pero a pesar de ser una zona costera que te hace pensar en cocada y agua salada, es una ciudad rodeada de cerros, siendo el más cautivante el cerro El Morro. Aunque subirlo es un paseo de 30 minutos, es un pulmón anímico para la ciudad. Cientos de habitantes suben los fines de semana para hacer ejercicio y gozar de la hermosa vista. Las construcciones en lo alto a veces causan impresión por lo audaces y estrafalarias, como la casa pirámide, pero pasan a formar parte de las particularidades de esa ciudad suave y soleada que es Lechería. Puerto la Cruz/Lechería no es para toda la vida, pero sí un buen año sabático para cualquiera. 




Y no podía faltar la imagen de la casa Pirámide:



El puente sobre el lago:


Maracaibo no es sólo una de las ciudades más calientes de Venezuela, (o más fría como dicen los zulianos debido a los aires acondicionados a 16 °C), sino que además parece, como Madrid, una ciudad infinita por lo plano. La enorme diferencia entre Maracaibo y Madrid en ese aspecto es que Maracaibo se desarrolló junto al lago más grande de América del Sur, el famoso lago de Maracaibo. El lago es tan grande que parece un mar, tranquilo y sereno, a cuyas faldas se desarrollo una urbe de concreto a la que, también como a Madrid, le hace falta mucho verde. Es que para mí, el verde es también esencial para sentirme a gusto en una ciudad. Sin árboles no hay vida. 




Mención especial merece el famoso puente sobre el lago (General Rafael Urdaneta), una estructura de hormigón armado con una longitud de 8678 metros. Sus reflectores le dan un encanto a la noche marabina y recorrerlo es una experiencia gratificante. 





Mont Royal:


El Mont Royal, con una elevación de 233 metros, es una pequeña montaña ubicada al oeste del centro de la Isla de Montréal. Es para mí un pequeño cerro que, al verlo desde la autopista elevada que cruza la ciudad, me brinda calidez, ya sea verano o invierno. Es también un hermoso fondo para los rascacielos de la ciudad. El Mont Royal es el lugar ideal para hacer una pequeña excursión una tarde de otoño, o un picnic con amigos durante el verano. 



Al igual que Barcelona, Montreal es para mí una ciudad sumamente agradable para vivir. Ese mismo sentimiento de que posee todo lo necesario para ser una gran ciudad sin ser una megametrópolis, y el que tenga en este caso el enorme río San Lorenzo a su lado, hace que la ciudad sea agradable para recorrer a pie, especialmente en verano, pero incluso durante el frío invierno. 



El Ávila:


Y llegamos a mi ciudad, la sultana de El Ávila, y mi amado cerro. El Ávila es el pulmón vegetal de mi querida Caracas, una cadena montañosa que forma parte de la cordillera de la costa. El Ávila es también una montaña majestuosa, que con sus 2765 metros de altitud impresiona a cualquiera. La primera vez que subí al Ávila (que pueda recordarlo) fue en el antiguo teleférico (de grandes cabinas rojas) y tendría unos 5 años. Recuerdo este paseo vivamente por ser también la primera vez que patiné sobre hielo en su pista ubicada en el parque que se encuentra en la cima. 



Las vistas desde el teleférico, y especialmente desde el Hotel Humboldt en su tope, son envidiables.



La primera vez que subí al Ávila a pie tenía 13 años y fui al sector Los Venados y luego a La Zamurera. Desde ese día, fueron muchas las excursiones (ya sea como actividad física o recreativa) que hice a nuestra amada montaña. Las vistas de la ciudad que los diferentes picos nos ofrecen son impresionantes. Años después de esa primera excursión, tendría el gusto de formar parte de una agrupación voluntaria de socorrismo cuya misión principal es la protección de este parque nacional, combatiendo los incendios forestales que en nuestra montaña se dieran para evitar su propagación. Un honor para cualquier caraqueño el poder cuidar de su montaña. 


La realidad es que, para todo habitante de Caracas, que el Ávila sea lo primero que vemos al despertar y lo último antes de irnos a dormir es un enorme privilegio que nadie da por sentado. 



Durante todos los años de mi vida que he vivido en Caracas, he disfrutado inigualablemente el vivir a los pies de tan hermoso y majestuoso paisaje natural. Una tarde de cielo azul y los incontables colores de la montaña son todo un espectáculo, siempre distinto, irrepetible y nunca decepcionante. 



Y aunque el resto de los venezolanos (no caraqueños) suele burlarse de la presencia de un cuadro de El Ávila en toda casa de un caraqueño fuera de Venezuela, es que sí, es un hecho, nada como El Ávila. 


Y el extra treat... 


El monte Fuji:


El monte Fuji es une extra treat porque Kioto u Osaka no son ciudades donde haya vivido exactamente (he pasado largos periodos de más de mes y medio en la región en varias ocasiones, pero no he vivido ahí aún), pero sí es una montaña/volcán que siempre tuve curiosidad por conocer y que, cuando la vi por primera vez, me dejó sin habla. Es tan majestuosa como te lo hace pensar todo lo que se dice de ella. Cuando viajas en Shinkansen (tren bala) y lo ves por los ventanales del tren, sientes que es el paisaje perfecto para ese país tan culturalmente rico y que encierra para los occidentales algo de misterio. La mezcla de modernidad y respeto a lo histórico y local, es uno de los mayores patrimonios de la cultura nipona, y Fuji-san, con sus 3776 metros de altitud y su pico nevado, es un clásico ejemplo de ello. 



Y hasta aquí llega este breve vistazo a las montañas de mi vida (hasta ahora), no tengo duda de que me quedan muchas más por disfrutar. ¿Es para ti importante vivir en una ciudad con montañas? Si lo deseas, cuéntamelo en los comentarios. 


¡Hasta la próxima!


5 comentarios:

  1. Orgulloso de ti, hija querida. No sabia que escribias tan bonito. Felicitaciones y sigue con tu Blog.

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  2. Me encantó esta entrada! Deberías incluir también el parque Henri Pittier, las montañas que se bañan en el mar de Choroní!

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  3. buena idea lo de incluir el Henri Pittier.
    Yo ya me he acostrumbrado a no tener montanas aunque debo decir que me hacen un poco de falta

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  4. No incluí al Henry Pittier orque técnicamente es sobre ciudades en las que he vivido (aunque agregué la ñapa del monte Fuji), pero el Henri Pittier es igual a arenita playita. 😉

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