jueves, 23 de agosto de 2012

Te nos fuiste, principito...

El día de hoy recibí la triste noticia de que mi querido perro Milou falleció. Tenía 16 años y 7 meses, lo cual es una vida larga para un perro, y más para un Cocker Spaniel.

Siempre he considerado que en el mundo hay dos clases de personas, a las que les gustan los animales y las que no. Normalmente me llevo bien con los primeros, los segundos siempre tienen algo que me da como mala espina, no sé. Quizás sea porque si nosotros como animales no somos capaces de apreciar otras especies es porque hay algo que no va muy bien con nosotros. Bueno, esto no son más que teorías locas mías, pero todo es válido en este mundo.

Volviendo al tema de este post, hoy nos dejó mi Milou. Obviamente mi primera reacción ha sido llorar, ¿cómo no hacerlo? Milou compartió cada uno de los instantes emblemáticos de mi vida desde que tenía 16 años. En otras palabras, ha estado ahí siempre. Ahora, mi segunda acción ha sido ponerme a ver las fotos que a lo largo de los años fui tomando de Milou y su participación total y absoluta en nuestra vida familiar. La frase cliché de "la mascota es un miembro más de la familia" será cliché pero es 100% cierta. No hay instante de mi viaje por memory lane que no incluya a Milou.

Todos consideramos que nuestra mascota es la mejor del mundo, y yo no soy la excepción. Y como hoy es el día en que Milou tuvo que dejarnos, quiero compartir con todo aquel que desee leer, las características mágicas y únicas que hicieron de él el mejor perro del mundo, el mejor perro que mi familia podía tener, y nos hizo a nosotros la mejor familia que Milou podía tener. Así que eso fue un ganar-ganar.

Los inicios...

Milou llegó a nuestras vidas como llegan la mayoría de las mascotas a los brazos de sus dueños, por pura casualidad. (En esta vida se dan toda esa serie de causales-casuales para hacer de tu vida algo mágico). Yo estaba en 8vo grado, y una compañera de clases tenía una perrita cocker que había cruzado (no sé si por interés de los dueños o puro interés de los perros) con un terrier y habían tenido una camada de unos 6 u 8 perritos. La verdad no recuerdo exactamente cuántos eran, el punto es que los perritos tenían poco menos de 6 meses y su familia no había podido vender ninguno. Como les preocupaba el enorme gasto que implicaba el tener a tantos perros pequeños (en especial por las vacunas), la mamá de mi compañera de clases decidió regalar a los perritos, y qué mejor que ofrecerlos en el colegio. Así que mi amiga llegó un día a clases con varias fotos de los cachorritos en cuestión. A mí no me dejaban tener perro. Toda mi vida había adorado a los animales, en especial a los perros, pero en mi casa no querían regalarme uno por más que intentaba persuadirlos. No es que a mis padres no les gustaran los perros, por el contrario, les encantaban y les siguen gustando (animal lovers), pero ya saben que cuando uno es niño solo quiere al perro porque sí, pero no piensa en las necesidades que requiere el perro ni en los problemas que pueda causar, uno lo quiere y ya. En fin, volviendo a la historia de cómo llegó Milou a nuestras vidas, efectivamente en mi casa estaban negados a tener perro. Vivíamos en un apartamento, y aunque no era pequeño, mis padres insistían en que un perro necesita vivir en una casa, que el perro tiene necesidades, etc. El caso fue que yo, en un arranque de desesperación adolescente absoluta me dije: "¡Es ahora o nunca!" y viendo las fotos de los cachorritos que llevó mi amiga al colegio, le señalé el que más me gustó de todos y le dije: ¡Ese es el mío! "Chevere, mañana te lo traigo", me contestó ella. Y así fue, así de simple. Bueno, así de simple no, después llegaron los ruegos para lograr convencer a mis padres de que Milou se quedara. Pero no seguiré adelantandome al relato, le dije a mi amiga que me trajera al cachorrito marrón claro, (lo que durante todos los años de vida de Milou se llamó color champán) y a la mañana siguiente me lo trajo con todo y pote para comer, certificado de nacimiento y certificados de vacunación. Milou era un cachorrito precioso y estaba aterrado, temblaba de miedo el pobre. Mi plan de acción era limitado, pedí el perro, me lo trajeron, incluso me llevaron con él hasta la casa, pero de ahí en adelante no había más plan. Así que nada, subí con Milou y entré a la casa y ya. Por supuesto que mis padres pusieron el grito en el cielo. Que lo devolviera, que no se podía quedar, etc. pero bastó un par de ruegos y ver a Milou para derretirse, así que mi papá dio el visto bueno y lo demás es historia. 16 años y 7 meses de recuerdos y de felicidad infinita.

Aprendiendo todos un poco...

Milou nunca fue un perro educado, no es que fuera un loco desastroso, lo que quiero decir es que nunca fue a la escuela de perros. Ya saben, esos sitios en los que les enseñan a hacer un par de trucos por una recompensa que generalmente se traduce en comida. A Milou lo dejamos ser, sin embargo él aprendió cosas que nadie podría haberle enseñado. Milou reconocía el motor del carro de mi hermano y después, cuando yo tuve el mío, el de mi carro. Cuando lo escuchaba sabía que al asomarse a la ventana de mi habitación vería llegar el carro y al vernos bajar y entrar al edificio, corría hacia la puerta principal para esperarnos. No hubo un solo día en que Milou no nos recibiera a cada uno de los miembros de la familia en la puerta. Eso, señores, es invaluable.

Indudablemente, también reconocía el timbre y el intercomunicador, lo que creo que no tuvo muy claro es que no todo el que entraba por la puerta principal del edificio venía para la casa. Le encantaba sentarse en una silla del balcón y ver hacia afuera. Veía los carros pasar, la gente, otros perros. En ocasiones les ladraba. Si pasaba una ambulancia aullaba. Cuando no entendía volteaba la cara de un lado a otro. A mi hermano y a mí nos encantaba que hiciera eso, pero no lo hacía con mucha frecuencia.

Cuando hacía algo que sabía que no debía hacer solía esconderse debajo de las mesas de la sala o del comedor. Con el tono de voz que usaba al llamarlo, él ya sabía que le venía un regaño, pero de todos modos también sabía que el regaño no iba a durar mucho, así que no es que fuese una gran tragedia para él. 

Sus nombres...

Milou era su nombre oficial, pero sobrenombres tuvo miles, Miloucito, Miloutinovich, Puppy, chicho, guby, entre otros, cada miembro de la familia le tenía su apodo, y él respondía a todos.Claro, Milou se le decía sólo cuando le tocaba regaño, y como eso lo sabía muy bien, detestaba que lo llamaran por su nombre.

Un par de anécdotas...

Milou era el típico perro que ponía cara de perro triste cuando estabas en la mesa para conseguir (casi siempre era así, sobretodo con mi mamá que es la más alcahueta) que le dieras comida. En una ocasión, mientras mi mamá iba a llamar a mi papá para avisarle que tenía la comida en la mesa, a Milou se le ocurrió la maravillosa idea de subirse a la mesa y comerse la carne del plato de mi papá. Así que así lo encontró mi papá,  con las cuatro patas en la mesa y con  las manos en la masa (o el hocico en el plato). Supongo que no pudo dejar pasar una oportunidad como aquella. Mi papá estaba histérico, se quedó sin almuerzo, Milou con la barriga llena y feliz, tremendo filete el que se comió, y mi mamá y yo muertas de la risa.

Como sabrán, el cocker spaniel es una raza de perros cazadores, por lo que su instinto lo lleva a cazar. Era frecuente que en la casa entraran pajaritos por el balcón. Cuando eso pasaba Milou se ponía como loco, corría de un lado a otro persiguiendo al ave. En una ocasión atrapó al pajarito. Mi mamá y yo estábamos ahí, lo regañamos, yo intenté abrirle las mandíbulas con las manos pero me fue imposible hacerle abrir la boca. Finalmente soltó el pájaro y me lo entregó, como un trofeo lo puso a mis pies. El pobre nunca entendió por qué lo regañábamos, pues él no había hecho más que cazar para mí.

 Mi príncipe, te quiero....

Milou fue un perro miembro de una familia como cualquier otro, pero sin duda fue el mejor perro del mundo para mí y mi familia, el más especial, el más cariñoso, el más hermoso, el más todo. Porque esa es la magia de tener una mascota, alguien que sabes que siente por ti lo mismo que sientes por él y que nunca te va a fallar.

Por último, este día en que se me ha ido mi príncipe sólo me queda decirles esto: Díganle siempre a sus mascotas lo mucho que las quieren, puede que no entiendan las palabras, pero el amor que expresarán al hacerlo siempre lo entenderán. Ese es el lenguaje universal que usamos para comunicarnos con nuestras mascotas y que sin duda entienden. El amor que existe entre una mascota y su familia es algo que sólo entienden quienes lo viven. Así que disfruten de la compañía, el cariño y la alegría infinita que les brinda día a día su mascota, y retribuyanle todo eso con mucho mucho amor.

Milou, te quiero y te querré siempre. Como tú, ninguno.