martes, 12 de julio de 2011

Yo no me explico como el perico teniendo un hueco debajo del pico pueda comer, no puede ser...

El desayuno en Venezuela es un arte. Dependiendo del rincón al que pertenezcamos o en el que nos hayamos asentado, nos decantaremos por ciertas cosas u otras, pero hoy el sitial de honor le corresponde al perico. ¿Y el perico no es un ave que parece loro pero más chiquito? Sí, pero ese perico es otro.

El perico al que me refiero no es más que un revoltillo con huevos y algunos ingredientes más, que con un toque de magia y amor, alegran nuestro paladar y exaltan nuestros sentidos.

Comenzaré esta historia diciendo que el perico tiene una particularidad, y es que, al igual que la arepa, se consume en todo el país; para alegría y beneplácito de todos los comensales. ^_^

Me gustaría relatarles el origen del nombre "perico", sin embargo, hasta el día de hoy mi búsqueda ha sido infructuosa, por lo que no he podido llegar tan siquiera a alguna leyenda que nos explique a qué debe la receta ese nombre tan pintoresco. Espero algún lector pueda colaborar y enriquecer así este artículo con esa valiosa información.

Pero como aquí todo vale, aprovecho la oportunidad para hacerles llegar una sencilla receta del perico. Esta receta se basa además en lo más básico y sabroso de cualquier receta, y es que todo es "al gusto".

En una sartén agregamos aceite de cocina (no de oliva), ponemos a dorar la cebolla picadita en trozos muy pequeños y la acompañamos de trozos de tomate picados en cuadritos. Cuando ya haya dorado la cebolla, le agregamos los huevos (batidos), le agregamos sal y removemos. Esencial es no remover mucho ni tampoco poco. Como todo en Venezuela, nada es blanco o negro, malo o bueno. Es al ojo %. ;)

¡Y voilá!

¿Y qué hacemos con este rico perico una vez lo hemos preparado? Se puede comer solo, pero la mejor opción es comerlo con arepas.

El perico es un desayuno que me lleva directamente a mi querida Choroní. En esas tierras escondidas degusté una y mil veces este delicioso platillo, acompañado de muchos otros manjares que tan divinamente nos preparaba la ya desaparecida pero siempre recordada Marissa.

Imaginen esta escena:

9:30 de la mañana, el sol ha comenzado a asomar por un horizonte de verde selva. Los árboles, los bambúes, y el resto de la flora y fauna que rodea la casa colonial sin paredes te envuelve gratamente y convierte en algo casi agradable el calor húmedo que hace minutos parecía sofocarte. La mesa de madera con sus grandes sillas de cuero está servida:
Arepas (dulces y saladas), queso de mano, queso telita, caraotas, tajadas (plátano frito), carne mechada y perico. Siete u ocho comensales disfrutan llevando a alturas insospechadas cada uno de sus sentidos. Las guacamayas y los loros ríen, su risa te contagia, y ríes con ellos. Los perros se acercan, poniendo carita de perro triste, esperando con ello recibir un poquito de la carne mechada que abunda en la mesa. "¡Pásame el perico!", grita uno, y una mano invisible le pasa el plato de peltre blanco con diseño de flores, que está algo golpeado por los años pero sirve muy bien a su propósito. "¿Te acuerdas cuando...?" Risas y más risas explotan de los labios y son llevadas a las casas vecinas por la suave brisa. Tú, quien ayer sufría encerrado entre las cuatro paredes de una oficina, o en el tráfico de la ciudad, te deleitas de todo, el desayuno, la vegetación, los animales, el delicioso aroma de la comida entremezclado con el olor a selva, río y mar. Miras a tu alrededor y sonríes, con la certeza de que estás en el paraíso.